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El blog de Lengua y Literatura del IES 'La Sisla' de Sonseca (Toledo)
Creado en el curso 08-09 por el profesor Jorge Agenjo y administrado actualmente por Laura Martínez, alumna de 2º de Bachillerato de dicho centro

domingo, 17 de mayo de 2009

¿SEGUIR EL DICTADO?


Las nuevas tecnologías propician el fin de la escritura a mano. ¿Hay que dedicarle menos tiempo en las escuelas? ¿Puede tener consecuencias indeseables para nuestro cerebro?

Cuando aprendemos a hacer palotes en nuestra primera cartilla del parvulario estamos repitiendo un ritual que remonta a Súmer, en Mesopotamia, y tiene más de 5000 años. La escritura a mano, sus gestos y su aprendizaje han marcado nuestra relación con las letras desde que inventamos la escritura.

Fue la técnica de escribir la que dio origen y forma a algunas instituciones como la escuela, la burocracia y el estatus social de los técnicos. A pesar de los cambios tencológicos que ha sufrido la escritura, desde las marcas en arcilla húmeda de Mesopotamia y los grabados en huesos y conchas de tortuga de la proescritura china Jiaguwén a los bolígrafos y rotuladores sobre el papel de hoy, los movimientos de la caligrafía, la postura corporal y el aprendizaje siguen siendo los mismos que hace cinco milenios.

El acto de escribir y leer es neurológicamente complicado, y no está instalado en nuestros genes de la misma forma que lo está el lenguaje. La escritura exige coordinación motora fina, reconocimiento visual de caracteres y la correlación de estos caracteres con elementos semánticos y auditivos; el proceso incluye varias áreas diferentes del cerebro y del cerebelo.

Los diferentes lenguajes en los que escribimos influye también, ya que no es lo mismo usar un alfabeto, como en las lenguas occidentales, que un lenguaje pictográfico, como en muchas orientales. Incluso las reglas de la ortografía influyen en el procesamiento cerebral.

La cosa se complica todavía más cuando la escritura asume valor artístico, como en la novela y la poesía, cuando entran en juego elementos emocionales, además de ls puramente mecánicos. De este modo, y dado que el cerebro es plástico y reacciona ante el uso, el aprendizaje de la escritura literalmente nos cambia el modo de pensar y la misma estructura cerebral.

Dentro de un mismo lenguaje y un mismo sistema de escritura, diferentes herramientas pueden modificar el modo de escribir, y por tanto, de pensar. Se cuenta que el estilo literario de Friedrich Nietzsche (filósofo, poeta y filólogo alemán, considerado uno de los pensadores modernos más influyentes del siglo XIX) sufrió un cambio reconocible cuando su vista, cada vez más deteriorada, le obligó a cambiar la pluma por una máquina de escribir. El autor reconoció que su prosa se había hecho aún más tersa y telegráfica, más 'mecánica', según sus pensamientos se plasmaban en el papel por medio de un instrumento más complejo.

Este tipo de influencia, del instrumento en el modo de pensar, tiene preocupado a más de un intelectual ante la pujanza actual de los ordenadores, y el uso de los mensajes cortos de los móviles, que ya han dejado huella en la literatura de finales del siglo XX y principios del XXI.

¿Terminarán las nuevas formas de escritura adaptando nuestros cerebros y nuestra cultura a su modo, destruyendo actuales cualidades; o las nuevas formas nos enriquecerán creando una cultura más rica, aunque diferente?

Quizá sea hora de abandonar, por fin, la escritura manuscrita.
L.M

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