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El blog de Lengua y Literatura del IES 'La Sisla' de Sonseca (Toledo)
Creado en el curso 08-09 por el profesor Jorge Agenjo y administrado actualmente por Laura Martínez, alumna de 2º de Bachillerato de dicho centro

domingo, 16 de agosto de 2009

EL CLUB DE LAS POETISAS DESAFIANTES

Hoy os invito a conocer la visión de la mujer en el mundo árabe que, a pesar de una reforma Constitucional, éstas siguen sin tener voz ni voto en una sociedad que las oprime y las destruye intentando asemejarlas a los animales.

En el Afganistán liberado, un marido puede asesinar a su mujer por escribir poesía y quedar impune.Pero muchas de ellas se resisten a esa persecución.

Sobre una colina de Herat está el camposanto de ciudadanos ilustres, al que los vecinos van de picnic los viernes. Allí hay una tumba ante la que muchas mujeres se arrodillan, la de Nadia Anjuman, de 25 años. Un grabado la describe como una poetisa que arriesgó su vida para escribir durante el régimen de los talibanes. Lo que no dice es que la mató su marido. Para las afganas, su muerte simboliza la traición, por parte de la comunidad internacional, de la promesa de liberarlas, una de las razones del derrocamiento de los talibanes. “El mundo debe sentir vergüenza por lo que pasó”, dice Leila Razegi, escritora y amiga de la poetisa.

Conocí a Nadia Anjuman en 2001, tras la caída de los talibanes. Caminaba por sus calles cuando descubrí el club literario de Herat. Desde hace 5.000 años, esta ciudad, donde se encuentra una de las bases españolas de Afganistán, ha sido la capital cultural del país. Pero en los 90 los talibanes quemaron los libros, tiraron las estatuas y encerraron a las mujeres. Ahmed Said Haqiqi, su presidente, me contó que se habían arriesgado a ser torturados y a morir por escribir. Pregunté si en el club había mujeres y me llevó a una casa de adobe con un cartel: “La aguja de oro. Clases de costura para mujeres”.

Los talibanes prohibieron a las mujeres trabajar, estudiar, maquillarse y reírse en voz alta. Muchas se devanaron los sesos hasta darse cuenta de que sólo podía coser. Y lo hicieron tres veces a la semana. Seis jóvenes con burka llevaban en el bolso, bajo la costura, cuadernos y bolígrafos. En la academia, un profesor les hablaba de Shakespeare, Dotoyevsky, Joyce y otros escritores prohibidos. Si les hubieran cogido les habrían ahorcado.

Leila tuvo la idea. “Fue un gran riesgo pero quería tener una educación. La vida de las mujeres no era diferente a la de las vacas”, se quejaba. Días después, me invitaron al primer encuentro mixto del club en 20 años. Leila me presentó a Homeira Naderi y una joven poetisa: Nadia Anjuman. Todos pensaban que era la más brillante. Tenía 20 años y escribía en secreto poemas sobre el amor y la situación de de las mujeres. Parecía que los años de oscuridad de las afganas eran cosa del pasado. Se volvían a abrir las escuelas femeninas, la Universidad permitiría de nuevo el acceso a las estudiantes y todas querían ser profesoras, médicas y escritoras. Después de todo, los líderes del mundo prometían la libertad.

Pronto, Kabul se llenó de grupos feministas con proyectos de igualdad de derechos, aunque las habitantes de uno de los países más pobres del mundo sólo querían seguridad y comida. La nueva Constitución garantizaba igualdad de derechos de las mujeres y les reservaba el 25% de los escaños en el Parlamento. Sin embargo, el Gobierno sólo nombró a una mujer, la ministra de Asuntos Femeninos.

Pero en los tres últimos años la situación se ha deteriorado. Muchos de los colegios femeninos han sido incendiados. Según el Ministerio de Educación, 122 escuelas estallaron o se quemaron el año pasado y 651 cerraron por falta de seguridad. En noviembre, tiraron ácido a la cara a 15 niñas y profesoras que iban a un centro. Dos meses antes una mujer policía fue abatida a tiros junto a su hijo. Malalay Joya, parlamentaria expulsada por criticar a los señores de la guerra, cree que la situación es peor ahora que con los talibanes. El presidente Karzai ha firmado también una ley que legaliza la violación conyugal. La legislación ofrece a los hombres pleno control sobre sus mujeres y prohíbe a éstas que abandonen sus hogares sin permiso. Y puntualiza: “el marido tiene derecho a mantener relaciones sexuales con su mujer cada cuatro noches”.

Decidí volver a Herat y localizar a Nadia y a las demás escritoras para averiguar qué había sido de aquellas esperanzas. El hermano de Nadia, Mohammad Shafi, cuenta que aún no se cree que haya muerto. “Nadia fue una pionera, la mejor poetisa viva en Herat y se esperaba que tuviera mucho éxito”. “Era la que más talento tenía de todas – asegura Leila Razegi-. Desde que murió, todo se ha roto. Ya no somos un colectivo. Si los talibanes estuvieran aquí, habrían castigado a su marido y, tal vez, eso hubiera sido mejor”.

La muerte de Nadia no es la única razón por la que el grupo se ha disuelto. Otra de las integrantes, Homeira Naderi, se casó y se mudó a Irán. Y Maria Tanha murió en un accidente de coche. Khaleda Khorsand, de 27 años, era la más joven. Aficionada a Virginia Woolf, pasaba libros de contrabando desde Irán. “Fue muy peligroso, pero quería sentirme viva”, explica. Casada con un médico tiene dos hijas y habla de Maria: “No estaba casada y había ido de picnic en secreto con un amigo. Por eso la atacaron y volcaron el coche. Nadie la llevó al hospital por la vergüenza que traería a la familia. La mantuvieron en casa y se murió. Los talibanes no salieron de la nada. Ellos se han marchado pero su cultura no".

Khaleda estudia Literatura y trabaja para una red de derechos humanos. “Creo que los cambios sólo están en la superficie –afirma-. Puede que tengamos mujeres en el Parlamento y derechos constitucionales, pero no sirven de nada si la mayoría piensa que las mujeres sólo deben salir a por comida”.

Lo que les ocurre cuando están desesperadas por escapar de un matrimonio abusivo queda patente al doblar la esquina del club literario. Recién construida por una ONG francesa, la unidad de quemados de Herat es moderna y estéril, pero huele piel carbonizada. En una sala hay cuatro jóvenes envueltas en vendajes. Intentaron quitarse la vida prendiéndose fuego. Entre ellas está Anar Gul, de 20 años, cuyo rostro no parece pertenecer a un cuerpo desfigurado. Su familia es pobre y, cuando su hermano quiso casarse, no tenían dinero para comprar una esposa. Ella tenía 15 años y su hermano le entregó al hermano de su futura mujer. “Desde el primer día me pegó. Criticaba mi comida, mi ropa”. Estaba enfadado porque había dado a luz a dos hijas y ningún varón. “En nuestra tradición, una chica sólo puede dejar a su marido muerta. Me eché gasolina en la ropa y encendí una cerilla”, recuerda. La autoinmolación se da en todo Afganistán, pero más en Herat. El año pasado hubo 81 casos, casi todo mujeres de 13 a 25 años. El 59% falleció.

No sería correcto decir que la situación de las afganas es totalmente desalentadora. Según la dra. Soraya Sobhrang, directora de derechos de la mujer en la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán, “la situación estaba bien hasta 2004 pero, desde entonces, hemos retrocedido. Los asesinatos por honor y la violencia aumentan”.

Las pocas mujeres que intentan abrirse camino se enfrentan a tremendos riesgos.

Después de tanto hablar sobre la liberación de las afganas, muchas sienten que sus derechos se han olvidado. Más preocupados por sacar a sus tropas de un atolladero, EE.UU. y Gran Bretaña defienden ahora las conversaciones con los talibanes, que convirtieron a estas mujeres en prisioneras en sus casas.

Delante de la tumba de Nadia Anjuman sopla un viento fresco. Las valientes mujeres de “La aguja de oro” han desistido de plasmar en un papel sus palabras de desafío.

Fuente: revista Mujer Hoy
L.M

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